$3 mil millones al año y vidas en riesgo: el alto precio de ignorar la seguridad vial
- Mario Andrés Muñoz

- 13 may
- 4 Min. de lectura
El desarrollo planificado, la seguridad vial y la convivencia en los espacios públicos son esenciales para construir ciudades más humanas y sostenibles, destacó Jorge Vega, presidente de la Fundación Reconocer, al advertir que la manera en que actualmente se diseñan las ciudades deteriora la calidad de vida y genera un costo económico y social alarmante.

Vega sostiene que la movilidad eficiente es un desafío para Panamá y América Latina, en el marco de la octava Semana Mundial de la Seguridad Vial impulsada por Naciones Unidas, que este año se centra en promover formas de transporte más sostenibles y seguras, como caminar o andar en bicicleta. “Convivencia es la palabra clave”, insistió Vega. Parte del problema es la forma en que se han diseñado las ciudades en la región, que ha deteriorado la calidad de vida de sus habitantes y ha generado un costo económico y social alarmante.
El punto de partida fue una descripción que, aunque parecía estar dirigida a una ciudad específica, terminó aplicando a toda América Latina: inseguridad vial, corrupción, diseño deficiente de infraestructuras, exceso de velocidad, distracciones y consumo de sustancias.
"Las reglas de tránsito parecen ser opcionales y seguimos nuestro instinto", dijo Vega. "Este diagnóstico no es exclusivo de Panamá; es un patrón común en toda la región latinoamericana y caribeña".
Uno de los datos compartidos por Vega fue el económico: los siniestros viales le cuestan entre el 3 % y el 5 % del Producto Interno Bruto a los países latinoamericanos. “En el caso de Panamá, con un PIB de alrededor de 70 mil millones de dólares, eso significaría una pérdida anual de más de 3 mil millones”, advirtió. “Eso es casi el costo de la ampliación del Canal”.
Y es que, como bien aclara el especialista, la palabra correcta no es “accidente” sino “siniestro”. Un accidente puede ser inevitable; un siniestro es evitable si se toman las medidas adecuadas.
Vega propone un enfoque "sistémico", más humano para abordar el problema: pensar en las ciudades como espacios de convivencia y no solo de circulación vehicular. “Yo siempre comparo el tráfico con un río. Si el cauce está tranquilo, podemos disfrutar del río. Pero si hay una cabeza de agua, todos corren a protegerse. Así son nuestras calles: se han vuelto peligrosas por la saturación de vehículos”.
La solución, sugiere, está en rediseñar las ciudades no para los autos, sino para las personas. Y en eso, señala, hay mucho que aprender de modelos aplicados en Europa —especialmente en países escandinavos— y también de ciudades latinoamericanas como Medellín, que ha implementado exitosamente proyectos de movilidad sostenible, como el metrocable.
Aunque Vega reconoce que hablar de Europa a veces genera resistencia ("No estamos en Europa", dicen algunos), resalta que Panamá comparte ciertas características con esos países: un ingreso per cápita alto, una urbanización creciente y un estilo de vida cada vez más parecido. “Lo que falta es voluntad y planificación”.
Una de las experiencias más poderosas compartidas por Vega fue un proyecto comunitario que organizó en su propia calle. Inspirado por una tarea académica en los Países Bajos —donde se promueve la “apertura” de calles para las personas—, decidió cerrar temporalmente la calle residencial donde vive y permitir que los vecinos convivieran sin la presencia de vehículos.
“El resultado fue impactante”, relató. “Una vecina que vive al frente de otra por más de diez años, nunca se habían hablado. Ese día, sin carros, se conocieron por primera vez. Imagínate los niños que crecen sin saber quién vive frente a ellos”.
Ese experimento lo conectó con el trabajo del arquitecto Donald Appleyard, quien investigó cómo el tráfico vehicular afecta la vida comunitaria. Su conclusión: a mayor tráfico, menor interacción entre vecinos. “El tráfico mata la amistad”, afirma Vega. “Cuando hay menos carros, el espacio público se convierte en un lugar de encuentro y pertenencia”.
Para ilustrar su punto, Vega comparte una imagen potente: en una parte, una calle europea con 30 personas compartiendo en una cafetería al aire libre; en la otra, una fila de 30 vehículos en un autoservicio esperando café. “Lo que nos dice esta comparación es que si dependemos del vehículo para todo, perdemos la interacción humana y la calidad del espacio público”.
La implicación de Jorge Vega en la seguridad vial no es casual. La muerte de su hermano menor en un siniestro lo motivó a buscar formación especializada y convertirse en activista. Junto a su hermana, también especialista en el tema, fundó la organización que preside. Hoy, su labor es tanto técnica como humana.
“Esto no es solo un problema de infraestructura. Es un problema cultural. Necesitamos cambiar la manera en que entendemos y usamos las ciudades”, concluyó.
El mensaje de Jorge Vega es claro: no se trata solo de hacer más carreteras o comprar más autos. Se trata de rediseñar las ciudades para las personas, de entender que la movilidad es un derecho, y que la seguridad vial debe ser una prioridad nacional. En sus palabras:
Te invito a ser parte de la solución. Hay que recuperar la ciudad para quienes la habitan, no solo para quienes la conducen.







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