¿En qué momento dejamos de enamorarnos de los autos?

Tengo 39 años y llevo dieciséis trabajando en la industria automotriz. Entré en este mundo por amor a los autos, por esa emoción que me provocaba ver un rally o escuchar el rugido de un motor bien afinado. En esa época, los carros eran mucho más que un medio de transporte: eran una pasión compartida. Las marcas buscaban dejar un legado de deportividad, aventura o sofisticación.

Cuando un niño veía llegar un auto nuevo a casa, sentía alegría. Era sinónimo de paseos y momentos en familia. En la adolescencia, el carro era libertad: salir con amigos, llevar a la novia al cine o simplemente dar vueltas con la música a todo volumen. En la adultez, el primer carro representaba estabilidad, esfuerzo y sueños cumplidos. Era un reflejo de lo que uno había logrado.

Pero ¿qué ha pasado desde entonces?

Los autos siguen ahí, pero el vínculo cambió. Hoy los mensajes publicitarios nos bombardean con tecnología, pantallas y conectividad, y poco queda de la esencia que hacía único a cada modelo. Hay tantas marcas y productos que todo empieza a parecerse: SUV que reemplazan a los sedanes y precios que compiten más por volumen que por emoción.

Las marcas ya no venden tanto una historia como gadgets tecnológicos. Y, en medio de tanta competencia, el consumidor busca respaldo más que identidad.

Recuerdo cuando compré mi primer carro: no sé si tenía sensores ni pantalla táctil, solo quería sentir que era mío. Lo elegí por cómo sonaba al encenderse y por esa mezcla de olor a tapicería nueva y libertad. Hoy miro a mi alrededor y me sorprende ver que muchos eligen su auto como si fuera un celular: por la conectividad, el tamaño de la pantalla o si se sincroniza con el reloj, pero ni preguntan qué está debajo del capó. Cambiamos la emoción por especificaciones técnicas y por los llamados “gadgets”.

No digo que los autos hayan perdido su alma: aún nos llevan de punto A al punto B. Pero sí siento que la magia de aquellas marcas con ADN verdadero se diluye entre algoritmos, lanzamientos fugaces y modelos que quizá mañana ya nadie recuerde.

Quizás haya llegado el momento de que la industria vuelva a mirar hacia atrás: no para retroceder, sino para recordar por qué nos enamoramos de los autos en primer lugar.