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Transporte público en jaque: el vandalismo amenaza la movilidad urbana en Panamá

Quien se tome un momento para revisar la cuenta de X de @oficialMiBus encontrará una tendencia tan preocupante como constante: la cantidad de buses vandalizados. Sin grandes titulares ni escándalos mediáticos, la violencia persiste silenciosa contra uno de los servicios más esenciales para miles de panameños: el transporte público.


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Los buses urbanos del sistema MiBus se han consolidado como una alternativa confiable para la movilidad diaria. En 2025, un total de 1,072 unidades se mantienen operativas y han recorrido más de 5.9 millones de kilómetros, según datos de la empresa Transporte Masivo de Panamá, S.A. Solo entre enero y septiembre de este año, el sistema movilizó más de 103.6 millones de pasajeros, un aumento de 8.7 millones respecto al mismo periodo de 2024. Detrás de estas cifras está la vida cotidiana de miles de trabajadores, estudiantes y familias que dependen de este servicio.


Sin embargo, el vandalismo amenaza directamente su continuidad. Cada ventana rota, cada acto de agresión, se traduce en un bus menos en circulación y en más tiempo de espera para los usuarios. El último caso fue reportado hace apenas dos días: una persona en condición de indigencia arrojó una piedra al bus 2144 en la Calle 45 de Bella Vista, dañando uno de los vidrios laterales (VD17). Por fortuna no hubo heridos, pero el vehículo tuvo que salir de servicio. Días antes, otro incidente afectó al bus 907 de la ruta N154, y así se acumulan cientos de reportes cada año.


Civismo o vandalismo: el dilema

La palabra “vandalismo” proviene de los vándalos, un pueblo germánico que saqueó Roma en el siglo V. Desde entonces, el término se asocia con la destrucción irracional de lo público y lo privado. Según la Real Academia Española, vandalismo significa “devastación propia de los antiguos vándalos” o “espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna”. Su antónimo: civismo.


Y justamente eso parece faltar. Porque cuando un bus es atacado, no solo se daña una ventana: se afecta a miles de usuarios, se incrementan los costos de mantenimiento, y se deteriora la confianza en el transporte colectivo. La empresa MiBus ha advertido que cada vehículo vandalizado implica días fuera de servicio, gasto adicional en reparaciones y un riesgo directo para conductores y pasajeros.


Soluciones que requieren acción

Frente a este escenario, la respuesta no puede limitarse a la indignación momentánea. La primera tarea es visibilizar el problema. Campañas educativas y de sensibilización ciudadana deben recordar que el bus no es “de nadie”, sino de todos. Mensajes en medios y redes sociales pueden promover el respeto y la corresponsabilidad con un servicio que sostiene la movilidad urbana.


En segundo lugar, es urgente fortalecer la seguridad preventiva. Cámaras internas y externas conectadas a un centro de monitoreo permitirían registrar incidentes en tiempo real y facilitar la acción de las autoridades. A esto se debe sumar patrullaje policial en zonas y horarios críticos, en coordinación entre MiBus y la Policía Nacional.


También es clave la participación comunitaria. Programas con escuelas, asociaciones de vecinos y usuarios pueden fomentar sentido de pertenencia, mientras que un canal de denuncias —ya sea mediante una app o un botón de alerta en la unidad— permitiría reportes inmediatos.


Por último, las sanciones deben aplicarse y difundirse. Mostrar las consecuencias legales de estos actos no solo castiga, también disuade. Y, en paralelo, se pueden implementar mejoras en la infraestructura: paradas con mejor iluminación, botones de emergencia y vigilancia constante. En otros países, el uso de vidrios reforzados o recubrimientos anti-vandalismo ha reducido considerablemente los costos y tiempos de reparación.


Una medida adicional y de largo plazo sería la publicación periódica de datos abiertos sobre incidentes, zonas afectadas y avances en seguridad. Esto fortalecería la transparencia institucional y permitiría una colaboración más efectiva entre autoridades, operadores y ciudadanía.


El vandalismo al transporte público no es un hecho aislado ni inevitable. Es una expresión de descomposición social que puede revertirse con civismo, educación y vigilancia. Cuidar los buses es cuidar la movilidad de todos. Y reconocer su valor —sin esperar a perderlo— es el primer paso para defender un servicio que sostiene, literalmente, el movimiento del país.






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